EL
singular fenómeno de las Ordenes Militares es fruto de la
fe y forma de vida propias del medievo.
En cierto sentido podría afirmarse que sus miembros fueron
los herederos de los ideales de la llamada Orden de Caballería
que recogía en su seno un largo proceso evolutivo, que arrancando
del guerrero primitivo, tosco y brutal cuya fuerza residía
con frecuencia en su fuerza y la destreza del uso de sus armas,
al ejemplarizado caballero medio monje y medio soldado, como fruto
maduro de progresiva cristianización de las costumbres de
la sociedad medieval.
Junto
a tan singular modo de vida hay que situar las célebres Cruzadas,
la otra gran originalidad que pone ante nuestros ojos el espíritu
aventurero, ardiente, lleno de fe, y no poco bárbaro, del
hombre de la Edad Media.
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Vista
aérea de Calatrava La Nueva
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Calatrava
La Nueva, cerro del Alacranejo
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Si
a las Ordenes Militares, a las Cruzadas, al espíritu caballeresco
de vivir la fe cristiana en el medievo y a los grandes complejos
monástico-militares del Temple y las otras Ordenes Militares
ya se han dedicado amplios y documentados estudios, no ha sido tal
el caso por lo que respecta a la "parte femenina" de esas mismas
Ordenes Militares.
Quisiéramos presentar ahora unos breves datos sobre el tema,
que sirvan como punto de partida para estudios más complejos
e informaciones más sustanciosas. Nos parece que debemos
hacer justicia histórica a ese "complemento" de
las Ordenes Militares que extiende sus ramas hasta hoy día,
aportando frutos importantes a la historia y a la espiritualidad
Cistercienses y que, en definitiva, forma parte de su gran patrimonio,
máxime cuando aún hoy existen comunidades vivas descendientes
y herederas de unos ideales que, aunque se crea lo contrario, no
han prescrito aún, y tienen excelente cabida en el carisma
cisterciense, tal y como este quiere presentarse ya en este siglo
XXI.
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El
origen de las monjas en las Ordenes Militares responde también
a la mentalidad cristiana y comprensión del ideal de caballería
cristiana de que estaban imbuídos aquellos hombres que favorecieron
el nacimiento y desarrollo de las comunidades femeninas, que debían
servir de soporte orante y de intendencia espiritual a sus campañas
militares y al mantenimiento de su vida espiritual.
"Moisés
dijo a Josué: 'Elige hombres y ataca mañana a Amalec. Yo
estaré sobre el vértice de la colina con el cayado
de Díos en la mano'. Josué hizo lo que le había
mandado Moisés, y atacó a Amalec. Aarón y
Jur subieron con Moisés al vértice de la colina.
Mientras Moisés tenía alzada la mano llevaba Israel
la ventaja, y cuando la bajaba, prevalecía Amalec. Como
las manos de Moisés estaban pesadas, tomaron una piedra
y la pusieron debajo de él para que se sentara, y Aarón
y Jur sostenían sus manos, uno de un lado y otro de otro;
y así sus manos se mantuvieron firmes hasta la puesta del
sol, y Josué exterminó a Amalec y a su pueblo al
filo de la espada."
(Ex. 17, 9-14).
La
reflexión sobre este pasaje bíblico les determinó
en esta tarea. Ellos ciertamente necesitaban un Moisés
que mantuviese en alto sus manos intercesoras mientras ellos peleaban
en los campos de batalla; necesitaban a alguien tan potente y
fuerte ante Dios que fuese capaz de aguantar en alto, venciendo
el cansancio y la fatiga, hasta la puesta del sol, el deseado
desarrollo de la batalla, alguien que no se rindiese ante la pesadez
del ejercicio de las armas, alguien tan fuerte y poderoso que
tuviese un corazón capaz de entregarse en total olvido,
para agradar a Dios y que él lo mirase complacido y accediese
con gusto a sus peticiones, ruegos y oraciones...
Lo
decidieron: necesitaban una comunidad de "hermanas" que quisieran
cubrir esta laguna orante en su batallar diario en favor del pueblo
y de su fe por amor de Dios; y puesto que guerreaban contra poderosos
enemigos, a El querían dar la victoria.
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En
tiempos del IX Maestre D. Gonzalo Yáñez de Novoa que gobernó
la Orden desde 1218 a 1239 se llevó a cabo la fundación
--en 1219--, del primer monasterio de monjas Calatravas, en San
Felices de Amaya (Burgos).
Un
año antes en 1218, en Pinilla de Jadraque (Guadalajara), ya se había
fundado de nueva planta un monasterio femenino de la Orden de Císter.
La iniciativa había partido del matrimonio Fernández
de Atienza, poniéndose el cenobio bajo la advocación
del Santísimo Salvador. El obispo de Sigüenza receptor
de los bienes, D. Rodrigo, llevó a cabo la fundación
y trajo como abadesa del cenobio a Doña Urraca Fernández,
del monasterio de Valfermoso de las Monjas, que hoy es benedictino.
El monasterio se edificó en Sothiel de Hacham, en el término
de Pinilla, que más tarde se unió a Jadraque, o Xadrache.
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Iglesia
de Pinilla de Jadraque
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Pronto
pasó a la observancia Calatrava, antes de 1265, --según
algunos documentos que se conservan en el archivo de la Comunidad,--
prestando las monjas a partir de entonces obediencia a los Maestres,
quienes las dotaban de nuevas constituciones así como de su espíritu
e idiosincrasia propias. Entorno a la segunda mitad del Siglo XII,
se puso la cruz roja de la Orden sobre sus escapularios negros y
sus blancas cogullas.
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La
tercera y última comunidad de Calatravas estuvo situada en
el corazón mismo del señorío calatravo: la
ciudad de Almagro (Ciudad Real), y su convento estuvo dedicado a
María, en su misterio de la Asunción, según tradición
de todas las casas cistercienses. Se fundó en el año
1544, siendo su fundador el Comendador Mayor D. García de
Padilla.
Ya habían cambiado no poco los aires dentro de la Orden de
Calatrava. Su Maestrazgo se había incorporado perpetuamente
a la Corona de España y fue bajo el reinado del Emperador
Carlos V cuando se llevó a cabo esta fundación, la más
noble de las tres y la que dispuso de convento más rico y
mejor dotado. La ocasión fue la dotación espléndida
y excesiva que este Comendador Mayor, que murió con gran
fama de santidad, hizo de un hospital en Almagro. Una vez edificado
y dotado convenientemente el hospital el resto del legado se destinó
a esta fundación.
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Patio
del Monasterio de La Asunción de Almagro
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Calatrava
La Nueva, habitación del Maestre
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La
Orden vigilaba la vida de estas comunidades y las mantenía
bajo su jurisdicción, ante la atenta mirada de su Maestre,
que era el auténtico superior del Monasterio; éste,
por sí mismo o por delegación en algún Comendador,
confirmaba las nuevas admisiones, daba los oportunos permisos a
la Abadesa, autorizando sus gestiones --sobre todo económicas--,
visitaba, él personalmente o por un delegado, el convento;
presidía la elección abacial cada tres años (aunque
la Abadesa siempre podía acudir en caso de no ser convenientemente
atendida por el Maestre, o cuando existía desacuerdo con él,
al Abad de Morimond, que era la instancia superior de ambos).
Las
"Visitas" del Maestre o sus representantes, efectuadas cada 3 años
eran verdaderas Visitas Regulares. Normalmente las hacía
un monje clérigo y un caballero, ambos calatravos. Se realizaba
un escrutinio secreto a cada monja; visitaban el interior de la
clausura, presidían la elección abacial y dejaban
un escrito similar a las actuales Cartas de Visita, con los puntos
que debían reformarse y los detalles de observancia en que
debía ponerse mayor empeño.
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La
parte masculina de la Orden protegió a las monjas en todas
sus necesidades a través de los siglos: estando a su lado,
intentando cubrir sus necesidades; ayudando a las monjas en sus gestiones
financieras y administrativas. Mientras existieron los miembros masculinos
religiosos sobre ellos recaían las obligaciones de regir las
capellanías con todas sus necesidades, y cuando llegó
el caso las protegieron de la mejor manera que pudieron. |
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